INTRODUCCIÓN:
El sentimiento religioso es innato en el corazón del hombre. La creencia en Dios, en la inmortalidad del alma, en to- do lo que es ideal, infinito, eterno no puede destruirse en él sin destruir la parte espiritual de su ser, sin destruir su razón.
El hombre ha sido hecho para pensar y para amar.
Só pena de ver al hombre estraviarse fuera de las sendas de la verdad es preciso dar alimento á aquella sed de amar y de conocer, que es la esencia de su naturaleza espiritual. Lejos (le destruir las grandes ideas morales en cuya vivificante atmósfera respira únicamente el espíritu con libertad, es menester separarlas de la mezcla grosera en que las ha envuelto un falso catolicismo.
El tiende a debilitar la verdadera religión, que ha sido prostituida por los que han pretendido hacer de ella el instrumento de su dominación. Así es (pie en ninguna parte está tan debilitado el sentimiento religioso como allá donde ha sido más completa la del clero fanático y ultramontano.
Así es que en ninguna parte donde, por el contrario, la doctrina religiosa no prebende abrazar la sociedad política, el sentimiento religioso es más puro y más elevado.
Nada es más lógico y mus natural.
Pero los fanáticos no cambian de principios. Son los que se rebelan contra el siglo, los que se traban la lucha contra la sociedad civil, los que anatematizan la civilización.
Contando con los hábitos y las supersticiones, confiando en la imbecilidad de las masas, se atreven á llamarse santos para perseguir, á nombre de la religión, la libertad y para proscribir el pensamiento.
Las constituciones de los pueblos modernos proclaman que el estado es el órgano de la soberanía nacional, mientras que el ultramontanismo establece al lado del estado otro poder soberano. Todos los ultramontanos reconocen la supremacía de la iglesia, y todos profesan como un dogma la doctrina que se atrevió á vertir en el pulpito de la catedral de San Salvador su actual obispo diocesano en el último aniversario de la independencia de Centro América, á saber: que el estado está subordinado á la iglesia y que el Gobierno es dependiente del papa.
Esto es negar el principio fundamental de las instituciones representativas, que atribuyen la soberanía á la nación sin restricción ni subordinación ninguna.
El cantorberianismo ha transportado, pues, á la iglesia la soberanía, que pertenece al pueblo. Sus más formidables combatientes son los jesuitas. Según el credo de estos, el fin santifica los medios: funesta doctrina que consagró el genio de Maquiavelo. Pero Maquiavelo perseguía un fin legítimo y santo, la independencia de Italia, mientras que el objeto de los jesuitas es restablecer la dominación de la iglesia sobre los individuos y sobre la sociedad. Esto es para ellos la mayor gloria de Dios.
Devorados de ambición, trabajan por hacer al papa señor del mundo para dominar á éste por medio de aquel. Pretenden santificar esa ambición confundiéndola con el triunfo de la iglesia.