AUTOR: Francisco Bilbao.
DEDICATORIA:
Reflejo de esa antorcha que sobre la Europa sacudíais, eco de ese de ese trueno que hacia estremecer las catedrales los tronos, palabra de vuestra palabra con la que en el banquete de la revolución alimentabais la Francia sus huéspedes, es esta obra que os dedico, maestros amados.
Lejos de vosotros, con vosotros vivo. El espíritu creador que os anima, domina el espacio; en donde quiera que los vientos arrebaten el germen fecundo que mana de ese foco de vida universal que concentráis, allí, el átomo recibe la centella, su turno incendiado, dá testimonio de amor de justicia.
Vengo pues dar testimonio de verdad, no como oidor olvidadito, sino como hacedor de obra."
Al pié de vuestras cátedras nos encontrábamos reunidos, elevados la potencia del sublime, los hijos de Hungría de Polonia, de Rumania, de Italia, de América. Casi todas las razas tenían allí representantes, vosotros el corazón de la Francia para todas las razas, la palabra inspirada para revelar cada uno su destino, su deber, en la harmonía de la fraternidad de la justicia. Era una imágen de la federación del género humano.
Allí, vivíamos en el pasado. Nuestra vida agitábamos dolores, ideas esperanzas de la historia; acumulando el tesoro del tiempo del espacio en la personalidad del hombre, nos arrojabais ai, por venir con la proyección del heroísmo condensado de las generaciones, que vuestra ciencia corazón había asimilado sublimado.
De allí partimos para Oriente Occidente Poco tiempo después, extraordinario movimiento ajitaba naciones sepultadas, despertaba otras que dormían, iluminaba algunas sentadas la sombra de la muerte. en esa línea de batalla que coronó las alturas encendió los fuegos que se reflejaron en los valles del Danubio de los Andes, de los Apeninos del Rhin, se encontraban discípulos vuestros, que imponian la palabra de orden al tumulto daban dirección al movimiento. bendecíamos la Francia!
Y hoy que vuestra patria nos hiere, hoy que la tremen da espada de la Francia atraviesa el corazón de mis hermanos de Méjico, hoy vengo pedir mis maestros, justicia contra la Francia.
Tú lo has dicho, Quinet: "Si la patria se muere, sé tú "mismo el ideal de la nueva patria."
Y si muere la patria que se empecina en la injusticia.
Tú lo has dicho, Michelet: derecho es mi padre la justicia es mi madre." Pues tu padre tu madre, maldicen la Francia.
Bien sabéis si he amado vuestra patria. Ha habido un tiempo en que la juventud aun partidos en América rivalizaban en amor admiración para con ella. Hoy temo, que el perjurio aceptado aun glorificado por la enorme mayoría de la Francia, no la haga detestar del Universo.
Bien sé que si fuese necesario víctimas escojidas por su virtud para purgar el crimen, vosotros, mil vidas ofrece riais en holocausto para salvar la Francia de la responsabilidad de sus promesas fraternales, de la perfidia de sus actos fratricidas.
Bien sé que la nación no quiere oir, porque se teme si misma, porque teme su remordimiento, porque teme ver se fea en su conciencia, ante las promesas aceptadas por los pueblos que creyeron su palabra, ante la imagen de la República, que dejó pisotear por el pigmeo, calzado con las botas del gigante.
No importa. Vosotros sois representantes del vínculo moral del universo. Tenéis la majistratura del genio de la virtud. Hablad juzgad, si la Francia no escucha, las piedras escucharán lapidarán los perjuros traidores.