PREFACIO:
Aunque en el momento, el gran rey Nabucodonosor "cayó sobre su rostro, y se humilló delante de Daniel", él no entendió el misterio hasta mucho después. Le quedaron retumbando las palabras "tú eres aquella cabeza de oro" hasta que en seguida: "hizo una estatua de oro, la altura de la cual era de sesenta codos, su anchura de seis codos" (Daniel 3:1). Y el rey mandó que: "cualquiera que no se postrare y la adorare, en la misma hora será echado dentro de un horno de fuego ardiendo" (verso 6).
El hombre natural siempre malinterpreta las cosas del Reino de Dios porque siempre está buscando primero que todo su propio bien y su reino propio. Aun después de la clara manifestación del poder y de la naturaleza de Dios con la experiencia de Sadrac, Mesac, y Abed-nego en el horno ardiente; el gran rey babilónico no entendió el misterio hasta que un día.